viernes, 2 de abril de 2010

"El Banco Central y Mercedes Marcó del Pont"

La larga disputa - aún no concluída - entre el gobierno nacional y la oposición variopinta sugestivamente unida al efecto, con motivo del despido de Redrado y la ulterior designación de la Licenciada Mercedes Marcó del Pont en la presidencia del Banco Central de la República Argentina, se desenvolvió principalmente en el verano, mientras se rompían algunos records en materia de turismo popular. Por esa razón la repercusión fue limitada a la concedida por los grandes medios concentrados en Bs As, bien que proporcionándole la letra a los opositores y como es patético ya, distorsionando, deformando o directamente falseando la información.

Sin embargo, se trata de un gran tema. Porque su análisis nos conduce a dos aspectos económicos y políticos vinculados con los intereses mas generales del pueblo de la Argentina y, en definitiva, con la Soberanía Nacional, a saber: el uso de reservas para el desendeudamiento del país con acreedores extranjeros y la autonomía del Banco Central.

El Banco Central de la República Argentina, a pesar de su pomposo nombre fue en la cruda realidad histórica, una creación de los ingleses en 1935. Coronaban de esa manera durante la apropiadamente llamada " década infame ", su predominio sobre la economía nacional que ya alcanzaba a los transportes, la energía eléctrica y a las exportaciones, entre otras estratégicos rubros. Contaban decisivamente con la complicidad de las clases “ dirigentes ” que, en la época enunciada estaba constituída por conspicuos caballeros producto del “ fraude patriòtico “, que a su vez excluía de toda decisión importante al pueblo argentino. El llamado Servicio Civil del Imperio.

Scalabrini Ortiz sostenía que quién manejaba la moneda y el crédito de un país, lo manejaba en su totalidad. Es que tal control permitía resolver qué, cómo, y quiénes producían en la Argentina; que negocios serían rentables y cuáles no; qué actividades se promovían y cuáles se desalentaban; que productos se exportaban y cuáles se importaban; quiénes accedían a la financiación y quiénes no. El B.C. para cumplir con los fines para los que había sido creado, debía actuar con autonomía. Autónomo de cualquier decisión de política monetaria, fiscal o cambiaria que pudiera comprometer el dominio inglés sobre nuestra economía. Pero, como los británicos no habían llegado a ser una potencia mundial por ser confiados e imprudentes, todos los integrantes del Directorio del primer Banco Central eran extranjeros, salvo un joven Raúl Presbich y otro, que a los efectos de las políticas monetarias que desarrollaron, era como si lo fueran. Bastaba que algún emprendedor capitalista nativo se propusiera fabricar a escala en el país un producto competitivo, para que una circular misteriosa de la entidad extraterritorial, bajara drásticamente el valor del dólar para importarlo. Y así, o mediante otros análogos procedimientos, se mantuvo en la ruina a la industria nacional, en beneficio de los importadores argentinos… de productos ingleses.

Esta obra maestra de dominación encubierta se ejecutaba en las alfombras rojas y se mantuvo día por día, año por año, mientras millones de ciudadanos argentinos lo ignoraban - con la solitaria y honrosa excepción de los militantes de FORJA y otros patriotas silenciados por la prensa oligárquica antecesora de la actual..

Pero llegó la Segunda Guerra Mundial y otros interesantes sucesos en la política interna.

Nada es para siempre y al fin sucedió lo que todo expoliador o delincuente de guante blanco, teme: que llegue un criollo ( o criolla, para que ser discriminatorio ) a gobernar. Sucedió por obra y gracia de las masas populares un 17 de Octubre de 1945 y de las urnas un 27 de Febrero de 1946.

El coronel Perón comprendió rápidamente el papel del Banco Central en la economía argentina y dando vuelta el poncho audazmente, intervino la entidad, designó a un empresario nacional en su presidencia; sus directores ya no fueron extranjeros o abogados o contadores nacionales a su servicio, sino representantes de la industria y la producción argentinos. Como por arte de magia, la entidad se puso acorde a los tiempos de soberanía política e independencia económica que imperaban en el país.

Durante casi diez años , la cuarta institución en importancia de la República después de los tres poderes constitucionales, el Banco Central, omnipresente en la vida cotidiana de millones de compatriotas no, fue “ autónomo “. Es decir sí lo fue, pero de la influencia nefasta de los entregadores de la riqueza y el trabajo nacionales.



No por casualidad, la revolución fusiladora de 1955, además de clausurar el parlamento e intervenir el poder judicial, y de suprimir la actividad política y de perseguir hasta la cárcel o la muerte a todo lo que tuviera olor a peronista, en una de sus primeras medidas de saneamiento, se apresuró a restaurar la “ autonomía “ del Banco Central.



De todo ha ocurrido desde entonces. Se sucedieron los gobiernos dictatoriales y vinieron los democráticos, para amargura o para felicidad de algunos o de muchos. Lo que no se modificó un ápice en lo esencial fue la superintendencia del Banco Central sobre la política monetaria, fiscal y cambiaria, del país. Ni Martínez de Hoz; ni Sourroille; ni Cavallo , por mencionar sólo algunos de sus personeros, tenían intención alguna de alterar nada que disminuyera el poder decisivo de la Banca en la economía nacional. El poder financiero con el Banco Central en sus manos prevalecía, aunque el pueblo eligiera democráticamente sus gobernantes. La vieja paradoja entre el ejercicio formal del poder y el poder económico real, se repetía sin solución de continuidad.

Pero, como sabemos, llegó el 2001 que sirvió para que toquemos fondo y para que quedara al desnudo la inviabilidad de un sistema basado en el poder financiero.

Así, pareció natural que una diputada en el Congreso tuviera la feliz idea de presentar un proyecto de ley para modificar el art. 3 de su Carta Orgánica a efectos de limitar la autonomía del Banco Central. Fue como un rayo en un cielo sereno y la diputada se llamaba Mercedes Marcó del Pont. Todo el establishment se puso entonces en movimiento y el proyecto quedó en la nada. Pero la semilla estaba plantada.



A nadie le extrañó entonces que, cuando Martín Redrado se opuso al desendeudamiento mediante uso de reservas de libre disponibilidad dispuesto por el gobierno, pretendiendo además preservarse en el cargo alegando la independencia del Banco Central, la llamada a reemplazarlo sea la ex – diputada, prestigiada por su paso exitoso por el Banco de la Nación y conocida por su defensa del desarrollo económico mediante las palancas autónomas del ahorro, el crédito y la producción nacionales.

Las cosas fueron y son claras. Las instituciones no son ni buenas, ni malas en sí mismas. Depende de si están al servicio de los intereses del país y de su pueblo productivo y trabajador o si se las utiliza con propósitos espúreos. Toda la oposición de derecha, de centro o de izquierda, que hizo un silencio ominoso en la gestión de Redrado, genuino representante de la banca apátrida., ha puesto el grito en el cielo por el advenimiento de Marcó del Pont. Empero, el tratamiento de su pliego en el Senado ha sido tan lamentable y la intervención del radical Gerardo Morales fue tan canallesca ante las cámaras de TV - en contraste con la actitud democrática y digna de la postulante - que algunos senadores retrocedieron espantados y votarán a su favor.



Después de muchos años, una representante de los intereses nacionales, presidirá el Banco Central. Podemos, sensatamente, ser optimistas.






Dr. Ricardo G. Rodríguez


Instituto Regional de Estudios Nacionales


I.R.E.N.A.



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